Extraído de: intervencion del comportamiento para niños con autismo – Catherine Maurice. Editora. Prod-ed. Austin, Texas.
Peter, nuestro primer y único hijo, nació el 16 de octubre de 1990. Era un nene hermoso, saludable y robusto con ojos azules y cabello rubio. Amaba rozar su carita suave en nuestros cuellos, que es hasta ahora la cosa más divina del mundo para mí.
El desarrollo temprano de Peter seguía un curso normal, acaso precoz. Era feliz, adorable y un bebé muy sociable. Sonreía, acariciaba, se sentaba, gateaba, rodaba y jugaba con sus juguetes para bebé como tenía que hacerlo, incluso antes de la edad esperada y con alegría. Me acuerdo haber dicho en ese momento lo brillante y atento que era; lo perfecto que era. En esos primeros 6 meses, muy pocas veces se fastidió o lloró, y cuando lo hacía lo consolábamos fácilmente. A los 3 meses lo llevé de un fotógrafo para que le sacaran una foto. Fue fácil lograr su atención y levantó la vista, directamente a la cámara con una sonrisa enorme, sin dientes. Era una sonrisa que podía iluminar una habitación.